lunes, 22 de febrero de 2010

De mano en mano y otros actos que disgustan

Del por qué no llega un libro de poesía a tus manos

por Gema Santamaría


La poesía es, ante todo, un ejercicio callejero. No requiere de escaparates ni de esterilizadores que le rompan el estilo y la domestiquen bajo estándares y manuales de elegancia. Desde luego, hay quienes prefieren seguirla proclamando como el arte exclusivo de los iluminados, como si en ella, en la poesía, hubieran hallando un género al cual asirse, y del cual pudieran mantener alejado al vulgo. Incluso hay quienes ven en la narrativa y en la ensayística el lugar común y la demanda de las masas; mientras en la poesía observan el quehacer de unos cuantos (así, en masculino) y el gusto de unos pocos privilegiados.

Parece incomodarles el que la poesía se diga en voz alta, que se grite, que desgarre o que silencie. Perturba aquella pronunciada por desconocidos, por jóvenes, por mujeres, por “marginales.”

Más aún, inquieta la que decide abandonar los cómodos aparadores de las grandes librerías (cada vez más cercanas a una tienda departamental, por sus estrategias publicitarias y su desenfadado mercantilismo) y se decide a transcurrir por avenidas, cafés, centros culturales o universitarios, o bien por el metro, el autobús o cualquier otro rincón urbano. Parece no gustarles que el mano en mano sustituya a los monopolios pseudo-literarios. Algo se les ha desordenado. Algo se les desacomoda, algo, como si a las señoras de la “alta cultura” se les rompiera la media; o el saco se les ensuciara a los “enanos emperadores literarios.”

Pues acá una buena nueva. La poesía ha perdido el bozal y ha dejado de ser una niña amaestrada. Gusta de la calle, de moverse en libertad y de andar de mano en mano. La poesía no es (nunca ha sido) ejercicio de unos cuantos. Es de unos muchos, de unas muchas, que queremos compartirla, abrirla, desgranarla.

Cerrarle una puerta a la poesía no puede ser sino un acto de ignorancia. La poesía se filtra en todas partes. La poesía es una animala escurridiza. No requiere de permisos y mucho menos, señores y señoras, podrá ser censurada.

La inesperada poesía

Del por qué no llega un libro de poesía a tus manos


Para algunos soy uno más de los ambulantes. En ocasiones, me han llegado a ver como el hermano que distribuye las Atalayas. No ha faltado quien me ha dado una “limosna” y ha huido convencido de su buena obra, sin detenerse siquiera a ver lo que traía en las manos. Llegan a haber los que piensan que robo y luego revendo. O que compro y luego subasto. Varias personas aseguran haberme visto en más de un lugar a la vez. Dicen, soy muchos. También me han visto como vendedor de Jafra o de Andrea. Una ocasión en un vagón, en la estación más profunda del Metro, atorado entre la gente, leía poesía en voz alta, gritando contra el ruido mudo del silencio, y hubo un señor de sombrero que dijo “eres un héroe”. Me han abucheado, pero también aplaudido en los camiones; en el micro más de dos personas han llorado con un poema, y otras tantas se han dormido. Para los microbuseros soy “el poeta” o “el joven” (algunos piensan en la diferencia); los policías me ven como para darme una suculenta mordida, pero al final terminan con dos libros bajo su brazo (y “quién sabe”, se preguntan ellos, “para qué”). Los ambulantes me ven con rareza, me confunden con “universitario”; pero en la universidad me quieren ver “fuera de reglamento”. He declamado poemas de poetas conocidos y desconocidos, y al cabo lo que se llevó la gente fue la poesía. Soy el encargado de llevarte poesía, a las manos, al oído, a los ojos, a la mente; sin embargo hay cafeteros que insisten en verme como una mosca que molesta al cliente; señoras de la cultura que imaginan soy un paria necesitado de una sonrisa; directores de centros culturales que me enaltecen como a un polizonte dentro de sus barcos blancos y estancados. Una vez un hombre odió mi trabajo, por considerarlo poco elegante, pero al año volvió a comprarme un libro. Un indigente, de entre 112 personas con auto y comida, me compró un libro y lo leyó. 300 personas me dijeron “no”, 134 me dieron la espalda; 60 me escucharon; 30 asintieron y me dieron la mano; 20 compraron un libro; 10 lo leyeron; 5 lo regalaron; sólo 1 lo guardó y recordó mi nombre.


Andrés Cisneros de la Cruz
Poeta y promotor de poesía

Una revolución callejera

Del por qué no llega un libro de poesía a tus manos
Una revolución callejera
Por Javier Gaytán
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            Javier Gaytán Gaytán
Del por qué no llega un libro de poesía a tus manos; quizá porque no tienes manos, pero tienes pasos que puedes gastar en la calle; aunque es  cierto que la calle puede ser un espacio de extremado peligro, que en los espacios abiertos los crímenes suelen ser más frecuentes, pero si un individuo  no sale de su casa y desdeña los caminos prontos a transitarse, se olvida constantemente del otro, la alteridad prácticamente desaparece. El individuo se entrega a los medios de comunicación de manera incondicional, desde  el momento que se queda sentado cómodamente en el sillón de su preferencia, con unas palomitas y probablemente una Coca Cola. Claro, eso no es un pecado, ni siquiera algo desagradable para nuestras vidas. Los instantes de esparcimiento son necesarios e incluso deberían de ser obligatorios, pero jamás eternos. De acuerdo con una tesis que escribí sobre el autoritarismo argentino, quedarse sentado frente a un televisor mientras los demás desaparecen o fallecen, es la posición preferida de los represores, pues de esa manera condicionan a los individuos ya que le limitan la capacidad crítica y la posibilidad de socializarse con los demás, con el diferente. Tanto adentro como afuera de su casa y bajo un régimen totalitario, el ser humano sufre los mismos estragos emocionales y físicos. Afortunadamente ese no es nuestro caso. Si el ser humano se queda encerrado en cualquier espacio prácticamente no vive, debe activar sus pasos, salir, conocer los cielos que nunca serán los mismos. Para amar y crear e incluso para activar revoluciones, la calle funcionará siempre como un espacio alternativo. Algunas revoluciones se evidencian siempre en la calle o en los espacios abiertos; aunque sean proyectadas dentro de un libro. Asimismo cuando los represores orquestan quema de libros lo hacen desde ciertas vías públicas, con el propósito de que sirvan como un escarmiento ante los ojos subversivos. Cualquiera puede sentir miedo, pero también cualquiera puede ser parte de un movimiento revolucionario, ya sea de manera silenciosa o de manera abierta como la calle de su predilección. Estas revoluciones no se manifiestan sólo con pancartas o con armas de fuego, también pueden hacerlo viviendo, viviendo intensamente, sin tener necesidad de dañar a nadie, poblando, activando las calles, José Martí ya había evocado en uno de sus versos: “se ama de pie en las calles…” . De acuerdo con  la crítica María Teresa Zubiarre la novela nace en la calle, Las madres de Plaza de Mayo buscan a sus hijos desaparecidos por todos los rincones, pero se manifiestan frente a la Casa Rosada, por lo tanto se expresan en la calle. Los caminos tienen un fin cierto en la calle. Cuando alguien muere a la intemperie sin poder ser identificado, es arrojado a la fosa común y al anonimato. La reflexión que nace en la calle y es proyectada, gracias a una hoja de papel se escribe con el propósito de invitar  a quien lea a tener manos, vivir y activar la vida de los demás desde la vía publica. Así nace una revolución que no necesita de armas blancas, ni de fuerzas represivas para poder activarse y que se estructura desde las páginas de un libro comprado en la calle, por supuesto. La lectura de un libro comprado en algún espacio público nos ayudará a ponerle rostro a ese cadáver no identificado, el cual puede ser el de nosotros.